miércoles, 5 de diciembre de 2007

EL REGALO

Cuento de María Cristina Ogalde

Gabriel tenía certeza que su mujer lo engañaba. Alargó el brazo y dejó caer por su garganta el líquido amarillo, casi trasparente que le quemaba mientras se abría paso por sus amígdalas y esófago hasta el mismísimo estómago.

--Otro - dijo entregando el pequeño recipiente al cantinero.

Éste le sirvió en silencio mirándole con cierta simpatía y compasión.

Gabriel aferró la copa con fuerza casi furiosa mirando al vacío.

--Ayer me encontré con la Mary en el centro - le había dicho su hermano en la mañana al ingresar en su oficina.

--Salía del banco ¡ y bien acompañada! Un fulano que parecía George Klunny -continuó con su típica risa caballuna.

--Tenís que cuidarte huachito y no me mires con esa cara que no eres el primer hombre con cuernos en esta oficina --sentenció al salir cerrando la puerta.

Fue ahí donde se le puso ese color rojizo en todo lo que miraba, sintió las venas hinchadas y el cuello rígido. Empezó a frotarse los ojos primero y luego ya lo dejó, no podía evitar ver todo en tono rojo.

Levantó la copa mecánicamente y de un golpe engulló el largo trago.

-- Otro - volvió a repetir.

Nuevamente el cantinero le sirvió y sujetándolo por un brazo inclinándose por sobre el mesón le dijo medio cómplice:

--Amigo, veo que está mal, por lo que sea...no vale la pena.

Gabriel lo miró con el ceño fruncido, ¡Qué sabe este tipo! Pensó. La Mary me está poniendo los cuernos y me dice que no vale la pena. Se echó la copa entera garganta adentro, reprimiendo las ganas de gritar.

--Otro - repitió como un autómata.

--¿Sabe? – dijo - lo más terrible de todo es que mi mujer hace tiempo que andaba con secretos y yo no hice nada, no pues, si el muy imbécil tiene que ser el último en enterarse, vomitó en un reclamo.

--Y me lo dice a mí amigo, que yo encontré a la mía en mi propia cama con el otro.--

Gabriel se mordió la lengua para no soltar las lágrimas que se le atropellaban, sintió el sabor del whisky y la sangre mezclados.

--Y más encima es con un cafiche o sino dígame usted ¿por qué la semana pasada me llamaron de una financiera para preguntar mis datos personales como cónyuge de la Mary? - respondió agarrando de la camisa al cantinero por sobre la barra--Ahora comprendo todo, esas llamadas por teléfono, esos secretos con su hermana, si todo me queda claro - continuó.

--Mire amigo - le respondió el cantinero -nosotros somos tan confiados que nunca pensamos que nos puede pasar y ya es tarde cuando lo averiguamos.

--¡Cómo pudo la gorda hacerme esto? Veinte años de matrimonio no son nada para ella - alargó el vaso vacío.

--Sí, ya sé, ¡otro! - le dijo el cantinero -este va por cuenta de la casa sacando otro vaso sirvió dos generosas raciones.

--¡Por las traidoras! - ambos alzaron las copas y bebieron con avidez.

Gabriel notaba su cuerpo más rígido y que el líquido no lo aliviaba, sentía con mayor fuerza cómo el alma se le quebraba en mil pedazos. Miró con ojos enrojecidos y dijo con dificultad:

--¡Ella era toda mi vida! Es cierto que yo la he engañado pero eso no significa nada, yo soy hombre pues amigo.-

Notaba que su lengua se movía más lenta que sus pensamientos y sin poder evitarlo sus ojos se inundaron al imaginar a su mujer con otro.

--Míreme a mí amigo - le espetó el cantinero sacudiéndole con fuerza - cuando yo pillé a la mía le di una pateadura que la tuvo en el hospital por dos meses y aquí estoy, total el juez me comprendió, es hombre también ¿no?.

Gabriel le dio una mirada idiota anegada de alcohol.

--Y que agradezca la infeliz que esa noche no llevé la pistola que tengo porque sino hoy no estaría respirando--

Gabriel entre la vaguedad del licor y el sufrimiento reconoció que nunca había golpeado a su mujer, siempre la había respetado.

--Si nunca me dio motivos - monologó entre hipos.

--¡Otro! - le dijo el cantinero llenando los vasos - Mire amigo, las calladas son las peores--

Gabriel lloró desconsoladamente frente a este desconocido.

--¡Hey! No se raje - le reprochó el cantinero -sea hombre y saque la cara por nosotros, tome, aquí tiene y hágase justicia - con un gesto compinche alargó a escondidas la colt 38 y la depositó en su mano.

Gabriel avergonzado por su debilidad, lleno de ira y aún viendo todo color rojo salió del local a trastabillones. La negra noche le ayudó a subir a un taxi.

Una vez en el dormitorio conyugal miró largamente a su esposa que dormía plácida y con dificultad apuntó a la cabeza.

--Mi amor – dijo ella despertando - te esperé hasta tarde, quería darte la sorpresa, me salió el préstamo mi hermana fue mi aval, por fin tendrás auto nuevamente, te lo compré del mismo color del que tuviste que vender para pagar la universidad de nuestra hija –con los ojos entreabiertos le alcanzó las llaves amarradas a una cinta de regalo.

En toda la cuadra se sintió el estampido del disparo, luego, el silencio.

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