viernes, 8 de junio de 2007

Superstición

El doctor iba a grandes zancadas por el corto camino rodeado de espesos matorrales que lo llevaba del pequeño hospital de madera y paja hasta la casa donde vivía desde que decidió irse al matogroso brasileño después de un desastroso matrimonio en el que por milagro salió vivo de las garras de su celosa mujer.

En el húmedo calor se sentía muy cómodo enfundado en sus impecables short y polera blancos.

--¡Qué tontera, cualquiera diría que tengo miedo! – pensó, recordando lo que le contara la paciente que había atendido recién.

--Sí, es verdad doctorcito – le había dicho la anciana – cuando una se muere de mordida de cobra, de una Jararaca, no es que se muera de verdad… se convierte en cobra… y lo único que queda es irse mato adentro alejado del mundo.

Por eso doctorcito usted tiene que ponerse botas y ropa larga…¡Tiene que protegerse!- había sentenciado su paciente en ese dialecto tan sonoro del ximbu, cerrando los ojos y quedándose perdida en los recuerdos de sus antepasados.

--¡Qué ridículo! ¡Pobre gente! Años de ignorancia son sus peores dolencias – dijo en voz bajita como temiendo que lo escuchara la enfermera que pasos más adelante al frescor de la vivienda le esperaba con una jarra de helado jugo de mango. De pronto sintió unas punzadas en la pantorrilla, miró hacia abajo velozmente y vio pequeños puntos sanguinolentos en mitad de la pierna. Con el rabillo del ojo alcanzó a ver parte del animal de colores rojizos y verdosos que reptaba rápidamente hacia los matorrales. Sintió un intenso dolor que subía por la pierna hasta la ingle. Trató de seguir caminando pero cayó con violencia al costado del estrecho camino, quiso ponerse de pie pero sólo consiguió quedar atrapado por los matorrales. Desde el suelo intentó mirar hacia la casa, sólo vio el verdor vegetal, volteó su cabeza y tampoco logró ver la construcción del hospital. Todo se volvió extraño, los ruidos se hicieron más fuertes hasta podía escuchar el latir de su corazón como una locomotora desbocada. Intentó moverse y no pudo, quiso extender la mano para alcanzar el camino y tampoco lo logró. Sólo vio los pies ágiles de la enfermera que pasaba hacia el hospital. Trató de hablarle, de gritarle pero de su boca no salió sonido. Se sentía inmóvil, liviano, somnoliento. Con esfuerzo consiguió mover una pierna comprobando con horror que ésta tenía un color rojizo-verdoso, llena de una especie de escamas que seguían inundándolo hacia la parte superior de su cuerpo.

--Estoy soñando, sí, eso me pasa, estoy soñando y de verdad pensé que me había mordido una serpiente.

Pasados unos minutos, la enfermera volvió por el mismo camino

--¡Doctor, doctor!-gritó haciendo eco con sus manos - ¿ Dónde está?, ¿ Dónde se fue? El jugo está en la mesa, se va a calentar con este calor.

De pronto dio un salto y corrió asustada, acababa de ver una Jararaca que desde el suelo le miraba fijamente. La serpiente se fue entre las matas huyendo con miedo de que volviera la enfermera y la aplastara hasta morir.

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