sábado, 16 de febrero de 2008

POR UN VIERNES ABURRIDO


Era viernes por la noche y estaba solo en casa, mis padres regresarían el lunes. Veía la televisión que poco a poco terminaba mi paciencia. Apagué el aparato y decidí llamar a un amigo, o quizás un par. Dos de ellos aceptaron y vinieron a mi casa. En menos de una hora estaban golpeando la puerta, la abrí y los recibí. Pasamos al comedor. Me di cuenta que la televisión seguía encendida. Estaba seguro que la había apagado. Nos pusimos a ver y beber. Nos reímos muchísimo realizando críticas a los programas de la TV en general. De pronto oímos un fuerte golpe que provenía de arriba. Maximiliano dijo que no era nada, que el viento probablemente habría abierto una ventana. Continuamos bebiendo, riéndonos despreocupados. Empezaron a transmitir un programa de casos paranormales, un reportaje en el cementerio. Apagamos la tele, ya que esos temas, no nos interesaban. Juan dijo: tienen miedo, ¿por qué la apagan?

El era el típico estudiante, que se hacia el valiente cuando estaba entre amigos. Pero que todos sabían que cuando esta solo, era un miedoso. Volvimos a encenderla. Pudimos ver la imagen, una sombra en un cementerio. ¿Por qué no vamos nosotros a dar una vuelta al “CAMPO SANTO”? –consultó Juan, en un gesto osado. Maximiliano y yo estuvimos de acuerdo. Nos abrigamos, llevamos nuestros celulares, linternas y una cámara digital. Salimos de casa preparados para vivir una experiencia ENTRETENIDA. Me aseguré de cerrar la puerta con doble llave. Nos encaminamos comentando nuestros asuntos, Juan iba entre Max y yo –supongo que seria, para demostrarnos que es un valiente-. Llegamos a la puerta del cementerio. Una ligera brisa nos acogió. Intentamos abrirla, estaba oxidada. Con un terrible esfuerzo, conseguimos desplazarla lo suficiente como para colarnos. Una vez dentro, encendimos nuestras linternas, y procuramos no hacer ruido. No es bueno perturbar las almas de los difuntos, susurró Juan. Max y yo nos reímos e intentamos tranquilizarlo. Lo convencimos de que no haríamos nada, que nada sucedería.

Caminábamos lentamente, alumbrando cada centímetro que avanzábamos. El viento empezó a soplar con fuerza, los ramos de flores depositados en los panteones de los difuntos hacían un ruido espantoso. El paisaje se veía oscuro y el miedo nos sobrecogió. Seguíamos avanzando, iluminando lo que dejábamos atrás, las mesas, mausoleos y tumbas y estrechos senderos. De repente Max me tomó fuerte del brazo y me dijo entre dientes que había algo brillante en medio de la oscuridad, y que sentía mucho miedo. Lo dijo al oído, para que Juan no se asustara más. Es tu imaginación, algo producto del pánico le respondí. Pero poco después, sucedió lo mismo. Entonces no perdimos ni un momento y fuimos al lugar donde Max afirmó ver algo brillante. Llegamos a un sitio, en el centro había un mausoleo. Teníamos terror, parecía una película, pero desafortunadamente era real. Juan quedó afuera, Max y yo entramos. Volvimos a sentir un ruido dentro de esa misteriosa sala, a Juan parecía que le iba a dar un ataque al corazón sino entraba al recinto y continuaba solo esperando afuera. No nos percatamos cuando nuestro amigo estaba en el interior. Le gritamos que saldríamos y nos iríamos, volveríamos a mi casa. Pero Juan no respondía, no sabíamos que le pasaba. Salimos y volvimos a sentir un fuerte ruido. Le dije a Max que me esperase, y que iba a verlo. Comencé a caminar hacia la pequeña habitación, el destello de la linterna aminoraba un poco el miedo. Estaba a unos escasos metros de la puerta, cuando advertí una sombra en el suelo. Juan estaba tendido boca arriba, tenía el móvil entre sus manos. Se lo quité con un gesto rápido y salí corriendo, Max no preguntó nada solo corrió tras mío. En la huida del cementerio, iba llorando por mi amigo Juan, en ese momento no me fije si estaba vivo o muerto. Solamente le arrebaté el celular. “Es culpa mía” pensé mientras iba corriendo seguido por Maximiliano. La puerta estaba a unos escasos metros de distancia, y Max corría velozmente detrás. La huida se eternizaba, una vez delante de la puerta, tuvimos que hacer un ágil gesto para esquivarla.

Una vez fuera del cementerio, suponíamos que el peligro había acabado. Pero no fue así, algo nos perseguía. No teníamos otra opción que correr a la casa, encerrarnos y avisar a la policía. Esa cosa cada vez se nos acercaba más. Faltaba poco para ver la casa. Cuando la teníamos a la vista aquello nos perseguía con mayor velocidad. Pensé que nos atraparía. Le lancé las llaves a mi amigo que iba delante de mío. No demoró mucho en abrirla, yo estaba a unos metros de el, me estaba gritando pero yo no escuchaba nada, solo veía su dedo señalando detrás mío, y en su rostro un gesto de turbación. Me faltaban unos metros y estaría a salvo en mi casa con mi amigo. Hice un último esfuerzo y entré. Max cerró la puerta como un relámpago. Pusimos todos los pestillos, incluso sillones y sillas en la puerta, para bloquear el paso de esa cosa que nos había seguido. Nos tiramos al suelo enmudecidos de pánico. La puerta sonó varias veces. Un golpe detrás de otro. No queríamos abrir. Retrocedimos y rogábamos salir con vida. Volvió a sonar la puerta, luego de un rato oímos la voz de Juan. Era un momento de tensión, la puerta cada vez se movía mas, supuestamente Juan la golpeaba con más y más fuerza.

Por la mirilla vimos a nuestro amigo lleno de sangre con la ropa destrozada. Abrimos y lo llevamos enseguida al hospital.

Maximiliano y yo nos cambiamos de ciudad, Juan está en un psiquiátrico. No habla desde el día que sufrió ese ataque en el cementerio. No sabemos que le ocurrió. Su celular captó dentro de ese recinto una sombra y sus gritos de pánico.

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